Justo estuvo atento a los hechos más significativos del acontecer nacional e internacional, su nutrida obra da cuenta de su especial posicionamiento. En estas páginas se esboza un perfil de este hombre pertinaz e intransigente
 

Liborio justo. Filiación de un rebelde
Escribe Cristina Mateu


Liborio Justo falleció en agosto último con 101 años de edad. Colaboró en varios números de nuestra revista[1] y suscribió a ella desde su inicio, cuestionando entre otras cosas la amplitud reflejada en sus páginas. Personalidad especial y controvertida, vivió en condiciones excepcionales varios períodos de grandes cambios mundiales y se formó durante una etapa significativa de la nacionalidad argentina. De cuna oligárquica, pudo haber sido un típico “dando” de la década del 20, sin embargo, eligió otro camino, “luchar contra la caduca oligarquía conservadora”[2], que conocía en sus entrañas por ser hijo de Agustín P. Justo y poseer prosapia patricia y terrateniente.

Rompió con una educación definida por él como “religiosa y aristocratizante”, conmovido por el poderoso influjo de las ideas y cambios generados por la primera Revolución Socialista y por haber participado en la Reforma Universitaria con la que inició su aproximación al marxismo. 

Esto le permitió tener una visión crítica de sus orígenes y de su propio padre; a la vez, valorar los primeros contactos con el pueblo mientras realizaba sus prácticas como estudiante de Medicina: “Desde 1919, era practicante de vacuna del Instituto Jenner, en la Asistencia Pública, lo que me obligaba a recorrer las calles de distintos barrios de la ciudad y entrar en contacto con una realidad social que de otro modo se me hubiera escapado”[3].

Liborio, que llamó “chirinada” al golpe militar de Uriburu contra Yrigoyen, consideró que su progenitor fue una pieza clave en ese golpe antidemocrático sin cuyo aporte aquél no hubiera triunfado. No dejó de recordar que el General Justo, en vista de su campaña electoral, se apropió de su biblioteca “para presumir valores intelectuales que nunca poseyó”. Su cuestionamiento brutal a la figura paterna fue interpretado muchas veces como un simple odio filial. Más que eso, era un reposicionamiento e intento de ruptura con una clase que descubrió causante de las desventuras argentinas, de la cual, sin embargo, no se desligó absolutamente. Alguna vez recordó: “Sólo un camino me quedaba: irme de mi casa y ponerme frente a la sociedad que me oprimía y contra la que yo ardía en deseos de iniciar el combate. Abandonando mi casa, hubiera perdido la posibilidad que tenía en ella de seguir estudiando, meditando y desarrollando mi personalidad”[4]. Tal vez esta elección fue su límite no deseado para un encuentro profundo y significativo con las masas que le hubiera permitido una ruptura real de su dependencia.

Sin duda, esto fortificó su tendencia a privilegiar la tarea teórica, de investigación y literaria, que evidenciaba su capacidad de observación y crítica del medio social y político pero que, alejado de la práctica política de masas, adolecía de una acabada compresión de las múltiples contradicciones de la lucha social y política, impidiéndole construir y desarrollar una corriente en la cual integrarse y un sistemático conocimiento de las mayorías populares. Si bien no perdió oportunidad de ocuparse en labores voluntarias  -lo que provocó más de una vez el enojo paterno- que lo ponían en contacto con la explotación y las condiciones degradantes que sufrían los trabajadores, éstas nunca constituyeron una acción de masas.

Tras una fugaz militancia en el Partido Comunista[5] fue fundador de la Liga Obrera Revolucionaria que sentó las bases del trotskismo en la Argentina, aunque desde entonces mantuvo discrepancias con todos los núcleos trotskistas hasta el final de su vida.

Las condiciones excepcionales en las que se desarrolló: su prosapia aristocrática y militar que le permitieron conocer la “cocina” de la oligarquía, su bienestar económico que le facilitó su preparación teórica, su participación en la Reforma Universitaria y su acercamiento al marxismo en una etapa de revolución socialista y lucha antiimperialista, fueron sustento para una visión que no fue compartida por la izquierda de la época. Ésta –apoyada en una concepción historiográfica liberal- desconocía y minimizaba la existencia de los pueblos originarios y no desentrañaba el dominio de la oligarquía terrateniente en Argentina y su asociación con el capital extranjero.

Una de las principales obras, Pampas y Lanzas, reedita recientemente[6], exalta la heroica lucha de los pueblos araucanos contra la Conquista del Desierto a fines del siglo XIX, que significó “una lucha por la apropiación de las tierras y de las vacas, y por la liquidación o sometimiento de las masas rurales precapitalistas, representadas por los indios y los gauchos, lucha que tuvo su desenlace en la eliminación del indio, en el sometimiento del gaucho (transformado en peón o soldado) y en el establecimiento de la oligarquía ganadera que, por tantos años, gobernó el país”. Este análisis le permitió comprender el problema de la nacionalidad argentina que sus contemporáneos de izquierda no pudieron ver y que la oligarquía “se encargó de ocultar cuidadosamente”, según decía. Su temprano reconocimiento y respeto de las poblaciones originarias también fue producto del especial afecto que sentía por una india araucana de la tribu de Catriel que lo cuidó hasta su adolescencia, bautizada Nieye Crespo, a quien llamaba Naña y recordaba permanentemente.

La lucha heroica del pueblo araucano, calificada por él como las más grandes epopeyas de la historia argentina, la contraponía a la sumisión y mansedumbre del gaucho utilizado como fuerza de choque contra el indio por la elite dominante. Esta manipulación política e ideológica de la oligarquía, Liborio la absolutizó al extremo de desconocer o despreciar lo que el gaucho encarnaba en las clases subalternas. Este tópico fue factor de innumerables discusiones que sostuvo incansablemente con intelectuales y dirigentes políticos por muchos años. Polémica que abordó desde su aspecto histórico-político como fundamentalmente ideológico y literario, tanto en Pampas y Lanzas como en Literatura Argentina y Expresión Americana[7]. Allí sostiene que la glorificación del gaucho plasmada en el Martín Fierro de José Hernández y en la prédica de Leopoldo Lugones -de quien decía que exaltó esa obra como el “poema nacional argentino” en “conferencias que fueron la gran fiesta de la oligarquía, orgullosa de que su poeta hubiera descubierto el gran poema nacional que necesitaba”- no hacían más que incitar a la resignación y el acomodamiento servil[8]

En un capítulo dedicado a Lugones desmontó la política de las clases dominantes argentinas que brindaba prebendas a los jóvenes intelectuales supuestamente progresistas, favoreciéndolos con cargos rentados y ahogándoles sus ideales revolucionarios. Describía la trayectoria política de Lugones y denunciaba el oportunismo del escritor que abandonó el camino rebelde para convertirse en el “poeta-bufón” de la oligarquía -el poeta “del ganado y la mieses” - porque la consideraba beneficiosa e ineludible ya que los mejores gobiernos eran los de las oligarquías inteligentes.

Otras de las polémicas menos difundidas y que sostuvo consecuentemente es su juicio sobre Trotsky. En su libro León Trotsky y Wall Street realizó un profundo análisis en el que lo acusa de ponerse al servicio de los intereses de Wall. Street, caracterizándolo como un centrista “más cercano a los mencheviques que a los bolcheviques”, que coincidió sólo ocasionalmente con Lenin durante la caída del zarismo, y cuya práctica política sistemática era el oportunismo. Aun siendo uno de los fundadores del trotskismo en la Argentina, Líborio criticaba a Trotsky por su inconsecuencia y su falta de conocimiento del problema latinoamericano en el nuevo contexto internacional, ya que estando el dirigente ruso exiliado en México, mantuvo una política de apoyo a la burguesía nacional mexicana por su rol democrático, “sin tener en cuenta el papel preponderante que los Estados Unidos tenían en la década del '30 y estableciendo como fundamental para el proletariado mexicano la lucha contra el imperialismo inglés, convalidando así las “agachadas” de Cárdenas ante la política norteamericana de “buen vecino”. “El imperialismo yanqui -escribe Libório- era para él [Trotsky] el imperialismo bueno que lo ayudaba activamente en su lucha contra Stalin y acogía tan bien sus artículos publicados destacadamente en los Estados Unidos, donde Léon Trotsky eran tan popular y respetado, siendo, precisamente, una Comisión presidida por el burgués liberal yanqui Joyn Dewey, profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York, quien habría de tomarlo bajo su amparo moral y reivindicarlo de las acusaciones de Stalin”.[9]

En dos oportunidades,:y a pesar de su avanzada edad, Liborio Justo ofreció charlas en colaboración con La Marea. En ellas discutió aspectos esenciales de la cuestión nacional y la lucha contra el imperialismo. Al discurrir sobre la historia y la política argentina del Siglo XX, en relación al primer gobierno de Juan D. Perón sostuvo que: “anunció una revolución nacional que bajo el imperialismo es imposible hacerla, de manera que fracasó. Aunque al principio hizo muchas cosas progresivas, muy interesantes para el desarrollo del aspecto nacional pero después el imperialismo yanqui le apretó las riendas y no tuvo más remedio que hacer concesiones, debió entregarle el petróleo de la Patagonia a los yanquis...”

Es habitual que se recuerde a Liborio por el episodio en el que -aprovechando su condición de hijo del presidente Justo- se introdujo en el recinto del Congreso en ocasión de la visita de Roosevelt para gritar “¡Abajo el imperialismo yanqui!”, anécdota que él consideró menor frente a su enorme obra dedicada a desnudar la política imperialista en el mundo y en América Latina. Cuando esperaba que sus últimas ediciones fueran comentadas o sus denuncias difundidas en la gran prensa y en las publicaciones de izquierda, se indignaba cuando recorría las páginas políticas y culturales del Clarín o Página 12, en las que se dedicaba hojas y hojas al “pensamiento extranjero” y ni una línea mencionaba lo suyo.

La preparación y edición de cada una de sus obras proyectada año a año era una batalla ganada a la incomprensión y el olvido de su pensamiento, que él creía prevalecería pese a la mezquindad política que lo circundaba.

Fue un hombre aus tero que renegó de la superficialidad y excentricidad de su clase. Solía reconocerse en la bravura y soberbia araucana que tanto admiraba, y renegaba de los intentos de izquierda o de derecha que buscaban minimizar o tergiversar su posicionamiento revolucionario. Una muestra elocuente fue durante la presentación de su libro Andesia (América Latina de la colonia a la Revolución Socialista) en el Centro Cultural Recoleta, un ámbito que parecía poco propicio para mentar su propuesta revolucionaria latinoamericanista en pleno menemismo; sin embargo, no se encuadró y aprovechó la oportunidad para reafirmar que “la única forma de dejar de ser un país sumergido será el día en que realicemos la revolución continental, no hay otra solución...”, y agregó: “Tenía miedo que cuando Teresa Anchorena leyera mi libro pusiera objeciones para presentarlo acá, pero resulta que o no lo leyó o no le importa”.

Pertinaz e intransigente, atento a los hechos más significativos del acontecer nacional e internacional con los que encontraba sustento para reafirmar sus principios básicos, no cejaba ante los mensajes agoreros del fin de la historia y anunciaba un futuro venturoso para el pueblo en un mundo socialista.

Sin duda, la rebeldía inicial contra su propia clase y contra toda opresión la mantuvo hasta el final en forma consecuente. Líborio Justo no se encuadró, rechazó las prebendas que le ofrecía una clase minúscula a expensas del sufrimiento de las grandes mayorías.


LIBORIO JUSTO

Ensayista marxista, escritor, político. Siendo estudiante de Medicina participó en la Reforma Universitaria. Militó en el Partido Comunista, fundó la Liga Obrera Argentina de orientación trotskista. Fue hijo del Presidente Agustín P. Justo, quien gobernó durante la década infame mediante el fraude, el contubernio y la proscripción del radicalismo.

Viajante incansable recorrió distintas regiones de Argentina y América, incluso sus rincones más inhóspitos, y no desaprovechó oportunidad para observar y registrar las formas sociales y de trabajo así como las particularidades naturales de los lugares recorridos.

Como autor de ensayos histórico-políticos bajo el seudónimo Quebracho, publicó Pampas y Lanzas; Nuestra Patria Vasalla, historia del coloniaje argentino; Andesia; Subamérica I y II; León Trotsky y Wall Street, cómo el lider de la cuarta internacional se puso al Servicio del imperialismo yanqui en México; Estrategia Revolucionaria; Prontuario; entre otras obras.

Sus obras narrativas y de crítica literaria, para las que utilizó el nombre de Lobodón Garra, mostraron también su visión radical de la Argentina. La tierra maldita y Río Abajo, el drama de los montes y los esteros de las islas del lbicuy reflejan su visión de las condiciones humanas y naturales del país que conocía porque -como él decía- “las había vivido”. A sangre y lanza es un relato basado en fuentes documentales y del conocimiento de cada uno de los principales puntos que constituían la antigua Frontera del Desierto en el que, según él, se desplegó la más grandiosa contienda entre los indios araucanos de la Pampa contra el Ejército Argentino, epopeya que consideraba deslumbrante y absolutamente desconocida. Finalmente, en su obra más controvertida Literatura Argentina y Expresión Americana (1977), reeditada bajo el título Cien años de Letras Argentinas en 1998, analizó desde una crítica política la producción literaria, ubicando sus objetivos estéticos e ideológicos, y hurgó en los puntos más oscuros de consagrados hombres de las letras argentinas. Sus más duras expresiones fueron para Lugones, Sábato y Cortázar, en cambio destacó a narradores como Elías Castelnuovo y Horacio Quiroga.

Logró que su nutrida obra se autofinanciara, hecho con el que reafirmó su independencia política. Fue además un excelente fotógrafo reconocido por su gran sensibilidad. Las imágenes de la crisis estadounidense que captó durante su estadía de 1932, muestran una empobrecida ciudad de Nueva York, hasta entonces satisfecha y opulenta. En diciembre de 1997 esas fotos fueron expuestas con gran reconocimiento de la crítica y el público en The Howard Greenberg Gallery de Nueva York.

A lo largo de su extensa trayectoria sostuvo arduas polémicas por temas de orden político e ideológico con distintas figuras del quehacer nacional, además de los escritores ya mencionados, a los que cabe agregar a Carlos Astrada y David Viñas. También, con motivo de la edición de El general Justo, de Rosendo Fraga, publicó en La Avispa (marzo de 1996) una carta dirigida al autor en la que critica la biografía y plantea su propia visión de la actuación que su padre y otros militares tuvieron a lo largo de la historia argentina.


 

[1] LA MAREA N° 2, “Conversando con Liborio Justo”, pag. 32 y N° 4, “Autopsia, funeral y gloria de la Reforma Universitaria”, pag 18.

[2] Prontuario, pag 38

[3] Op.cit. pag 34

[4] Op.cit pag 40

[5] Aunque su tránsito por el Partido Comunista era conocido lo negaba sistemáticamente, incluso el hecho de haber conocido a su esposa en un baile del partido

[6] LA MAREA N°19

[7] Libro que preparó durante el período democrático pero que publicó en 1977, durante el golpe militar que derrocó a Isabel Perón, entonces le quitó algunos capítulos que en una segunda reedición bajo el título “Cien años de Letras Argentinas” volvió a incorporar, porque consideró que no era aquel momento para publicar sus críticas.

[8] Literatura Argentina y Expresión Americana. Editorial Rescate, 1956, pag 35. Pampas y Lanzas, pag 309

[9] Leon Trotsky y Wall Street, pag 96


Publicado en La Marea, Año 9, N° 21, verano 2003-2004, pp. 26-29

 

 


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