La 'depresión del 30’ en las fotos de Liborio Justo

por Rosendo Fraga


Las fotografías que fueron expuestas en el Museo Fernández Blanco reflejan con crudeza y exactitud lo que fue la depresión de los años treinta en los Estados Unidos, pero también constituyen una acabada expresión de quien las tomó: Liborio Justo.

Había nacido en una familia que le dio todas las posibilidades para una vida cómoda y próspera pero decide abandonar sus estudios de medicina, llevado por un impulso que lo compromete con los más desposeídos. A pesar de que su padre era ministro de Guerra del presidente Alvear, el joven trabaja como hachero en el Chaco, buscando identificarse con los más explotados. De esta experiencia sacó uno de sus seudónimos "Quebracho" que en mi opinión representa su personalidad inclaudicable.

En 1930 gana una beca del Instituto de Educación de Nueva York. Es durante esta gira por los Estados Unidos en pleno momento de la depresión -la beca se suspendió cuando en la Universidad de Williamstown atacó la política de Washington en el Caribe- que toma las fotos que hoy integran esta muestra. Son imágenes captadas por un artista, que a la vez fue un militante social. Usó el arte como instrumento de protesta, como forma de lucha y esto es lo que caracterizó la personalidad de Liborio, o "Lobodón Garra", otro de los seudónimos que eligió como escritor.

Se trata de imágenes directas, claras y elocuentes. Toma las expresiones de las personas sin manipularlas, pero logrando de ellas el mensaje diáfano de una mirada. No hay sonrisas. Hay soledad y tristeza. Más de setenta años después, muchas de las fotos tomadas por Liborio en las calles de los Estados Unidos, parecieran las de Buenos Aires a comienzos del siglo XXI. Personas revisando la basura para encontrar algo para subsistir; gente durmiendo en las calles; colas para recibir alimentos de la caridad; miradas vacías; espera si esperanza.

La dureza de la crisis social se refleja en la imagen y la expresión de las personas. Si Liborio quiso dejar un mensaje, pienso que lo transmiten sus fotografías con su significado universal, como lo evidencia el poder relacionar dos países muy diferentes y dos épocas muy distantes, pero sufriendo un drama social semejante.

El mismo espíritu de protesta de estas fotografías impregnó toda su literatura, desde sus cuentos sobre la Patagonia reunidos en La Tierra Maldita publicado en 1932, pasando por su Autobiografía escrita antes de promediar su larga vida, sus profundas obras sobre la historia argentina y latinoamericana y su crítica a la literatura argentina -en muchos casos con razón- en la cual con franqueza y mordacidad se refiere a las figuras más caracterizadas de nuestras letras.

De vuelta al país, su padre el general Agustín P. Justo ejercía la Presidencia de la Nación y él militaba activamente contra su gobierno. Cuando el presidente Roosevelt vista la Argentina, es su voz desde una tribuna del Congreso la que estalla gritando contra el imperialismo yanqui. Como en otras circunstancias de su vida, quiso testimoniar su identificación, su protesta, su reclamo por quienes más sufren y menos tienen. Fue detenido y después recluido en un campo por su padre.

Es durante la presidencia de su padre que funda en la Argentina la Liga Obrera Revolucionaria partidaria Cuarta Internacional Trotskistas, posición ideológica que lo llevará a polémicas con el comunismo y el socialismo. Fue un hombre que pudiendo tener una vida cómoda, prospera y exitosa, elige un camino difícil, de compromiso, sacrificio y entrega. Capaz de renunciar a los halagos de su clase para consagrarse a su vocación.

Sus últimos libros -editaba sus propias obras y vendía sus bienes para financiar la edición que la asumía como un acto de militancia, sin afán comercial alguno,- escritos pasados los cien años, nos hablan hasta de la Presidencia de Duhalde. Se mantiene lúcido y activo hasta su muerte ocurrida a los ciento un años.

Lo visité la última vez meses antes en su departamento de Belgrano, ya cumplidos los 101 años. Me habló con entusiasmo, con la firmeza y la convicción de siempre, con su sentimiento patriótico sobre el país, su futuro y sus frustraciones. Me regaló el que consideraba su libro más importante, aunque poco conocido, Pampas y Lanzas II, editado en 2002, ya cumplidos los 100 años, en el cual, desde la perspectiva indígena, realza el enfrentamiento armado contra la "civilización".

Tenía sobre su mesa la piedra negra, símbolo del cacique indígena, que conservaba como un objeto muy valioso, que un cacique había regalado a su abuelo materno, el general Liborio Bernal -de quien llevaba el nombre- como gesto de amistad. La tocaba con emoción y cariño, como un objeto de profundo significado que enlazaba sus antepasado con los caciques a los que habían combatido y a quienes él admiraba.

Siendo yo el biógrafo de su padre -con quien tuvo una relación difícil- me hizo confidente de la complejidad de su afecto por él, a quien criticó duramente en la perspectiva político-ideológica.

La exposición que presenta el Museo Fernández Blanco, es un merecido reconocimiento para lo que fue y significó Liborio Justo y nos muestra una faceta no muy conocida de su vasta trayectoria y actuación, la de fotógrafo.

La exposición, no sólo se limita a mostrar sus fotografías sobre la depresión en los EE.UU., sino que tiene una ambientación que permite comprender la personalidad de Liborio. Cartas, manuscritos, fotografías de él a distintas edades y videos con reportajes. Algo de lo más logrado, es la representación de su hábitat de sus últimos años, con sus sillón donde seguía leyendo hasta sus últimos días, su manta, sus libros, sus fotografías, sus objetos. El no está presente, pero lo está a través de la representación que recrean sus objetos.

Quizás Liborio Justo podría ser motivo de una exposición similar a la que se hizo a fines de 2004 sobre Ezequiel Martínez Estrada en la Biblioteca Nacional, que fue una suerte de "biografía bibliográfica", ya que como al autor de "Radiografía de La Pampa" se lo puede seguir en sus escritos desde su juventud hasta los últimos años.

De esta manera se inicia la revalorización de una figura que vivió durante más de ciento un años y que desde su juventud hasta su último aliento, estuvo animado por una fogosa pasión: la Patria.

 

 


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