Liborio
Justo
Por Luis
Bruschtein
El nombre de Liborio Justo tenía la resonancia de
alguna anécdota contada por el abuelo con el énfasis que le ponía a las
historias importantes. Quebracho, Lobodón Garra, la Década Infame, el
fraude patriótico, el tratado Roca-Runciman y “¡Muera el imperialismo
yanki!”.
Cuando Liborio le gritó eso en 1936 a Franklin
Delano Roosevelt, el primer presidente norteamericano que visitaba la
Argentina se introdujo en la fantasía romántica de una generación que hoy
son abuelos o bisabuelos y se transformó en un recuerdo épico que sería
transmitido de padres a hijos en el lugar del pequeño detalle de la
historia que puede describir en un solo gesto el pensamiento libertario,
la idea de rebeldía dramática, principista y romántica de una época.
Liborio era hijo del general Agustín Justo, que fue
presidente durante la Década Infame. Fue un gobierno conservador en lo
social y político, pero liberal en la economía. Su hijo Liborio era
trotskista y podría decirse que ese fue el hecho más liberal en la vida de
su padre. El día de su famoso grito, se había introducido en la recepción
que Justo padre le ofrecía a Roosevelt en el último piso del Congreso,
gracias a una invitación que le había pedido a su madre Ana Bernal de
Justo, hija de otro general que había participado en la Campaña del
Desierto.
La Reforma Universitaria fue su primera experiencia
política, con una pasada previa, ingenua y fugaz por la Liga Patriótica,
que fue lo único que hizo como buen hijo de militar. Le siguió un corto
período en el Partido Comunista y luego varios años en el trotskismo,
donde fundó la Liga Obrera Revolucionaria. Finalmente criticó también a
Trotsky y se convirtió en un librepensador marxista. Usó el seudónimo de
Quebracho para escribir sus textos políticos, y el de Lobodón Garra para
la narrativa, en su denodada pelea para eludir la fatalidad del apellido y
el linaje, de ser “el hijo de fulano”.
Liborio, Quebracho y Lobodón se pelearon con
prácticamente todos los que tuvieron a tiro, a izquierda y derecha, en la
política y en la literatura. Usaba en sus polémicas el mismo tono
beligerante y flamígero de los clásicos marxistas y sin embargo fueron
pocos los que lo consideraron un enemigo. De su padre, que había sido
blanco de sus críticas más feroces, siempre aclaró que no había sido su
enemigo, pero que sí lo era del sistema que representaba el viejo general
conservador.
Trotsky, el Che y Perón pasaron por su trituradora,
al igual que Cortázar, Borges, David Viñas, Sabato, Puiggrós y muchos más.
Fue admirador de Horacio Quiroga, a quien visitó en Misiones. Estuvo
cuatro días con ese gran escritor al que le gustaba hablar poco. Volvió
decepcionado y no quiso responderle cuando Quiroga le escribió.
Trabajó como peón de obraje en el Paraguay, se
ofreció como voluntario para trabajar de obrero en la URSS, se embarcó en
un ballenero finlandés, cazó ballenas en las Orcadas y renos en la bahía
de Gritviken y vivió doce años como ermitaño en las islas del Ibicuy, en
Entre Ríos. Para casarse debió fugar al Uruguay con su novia judía, Nina
Dimentstein, que sería la madre de sus tres hijos y la compañera de toda
su vida.
Liborio, que murió hace diez días a los 101 años,
decía que se había forjado así, en el estudio y en la vida misma, para
madurar la poderosa fuerza de la razón, ese motor imparable y frío al que
paradójicamente le apostaban todo, con un determinismo casi religioso, los
apasionados revolucionarios de su generación.
Hasta sus últimos días fue fiel a esa pasión y a sus
ideas, las que volcó en los cinco tomos de Nuestra patria vasalla, quizá
la principal de sus obras. Cuando cumplió cien años hizo público un
manifiesto en el que anunció la decadencia del imperialismo norteamericano
y el futuro advenimiento del socialismo en Sudamérica a partir de la unión
de los proletariados de Argentina y Brasil. Había seguido muy atentamente
la evolución del movimiento piquetero, del Mercosur y el proceso político
y económico en los Estados Unidos luego del atentado a las Torres
Gemelas.Había dicho que “quizás”, cuando cumpliera cien años, se retiraría
a descansar.
Se llamaba Liborio Justo y había elegido al
quebracho y a un mítico dinosaurio patagónico, el Lobodón, como
seudónimos. Cuando se hablaba de él, su mención, en cualquiera de las tres
formas, aludía a fuerza inquebrantable, al ser mítico que se entrelaza en
la memoria y los sueños de una generación. Y murió, como esos personajes
de leyenda, cuando se retiró
a descansar
Obituario publicado por Pagina 12 el
20 de Agosto de 2003 |