"Estados Unidos hundió a la Argentina y levantó a Brasil" Por Andrew Graham-Yooll
Historiador, literato renegado, testigo por casualidad (su padre fue el
general y presidente Agustín P. Justo) y protagonista por decisión (viajó
por América y Europa antes de instalarse en el país para llevar adelante
su vocación política), Liborio Justo recorre en esta conversación una
polémica visión de la historia argentina y de su propia trayectoria como
marxista, trotskista, nacionalista latinoamericano y crítico literario.
Recuerdos que van desde cómo los fundadores de Bunge & Born le "colocaron"
una amante a su padre para manejarlo, hasta el papel jugado por Perón,
Yrigoyen y los demás políticos de un siglo que recorrió de punta a punta. --Yo esperaba que viniera un inglés y viene a verme un argentino... --me recibe con un fastidio cómplice--. Mi tatarabuelo era inglés ¿sabe? Se llamaba James Harris, tripulante de la flota de Guillermo Brown durante la guerra con Brasil en 1827. Era corsario. De él conservo una cómoda de lujo de la que se apoderó en un pueblo de Brasil. Su nieta era mi abuelita, Ana Harris de Bernal, viuda del general Bernal. Pero ella de inglesa no tenía absolutamente nada. Uno de los descendientes de ella, Ortega, oligarca del norte, tiene un velero grande, que se llama "James Harris". --En su último libro Cien años de letras argentinas (Ediciones Badajo, 1998), sorprende que parece simpatizar bastante con Leopoldo Lugones. --No. Si el tipo era un fascista. ¡Cómo voy a simpatizar con una cosa así! Yo soy primordialmente político, revolucionario, sociólogo, tanto que me propuse evitar la vida literaria. Me impulsó haber ido a la Patagonia de joven. Los únicos literatos con quienes he tenido vinculación a nivel personal son Horacio Quiroga y Elías Castelnuovo. --Pero este último libro de crítica es muy divertido. ¿De dónde surge su seudónimo Lobodón Garra? --Mi madre nació en Carmen de Patagones. A mí siempre, desde chico, me atrajo la Patagonia y quería instalarme ahí. Cuando viajé, pensé que tenía que usar un nombre del lugar. Veía la posibilidad de escribir cuentos colosales. El "lobodón" era uno de esos animales prehistóricos de la Patagonia. Tomé ese nombre y le agregué la "garra", el lobodón con garra. --Lo que surge del libro es una severa crítica a los escritores de izquierda y derecha, exceptuando a Roberto Arlt y Elías Castelnuovo. --No he conocido a Arlt. A Castelnuovo sí. Pero Castelnuovo era un escritor de segunda categoría. Para mí Horacio Quiroga era de primera. Pero desgraciadamente lo conocí en la intimidad. El se empeñó en llevarme a vivir a su casa y era un tipo muy raro. Roberto Arlt no se encargaba del proletariado. A él le interesaban los desclasados y los delincuentes. Ese libro debió haber aparecido en 1977. Fue a la imprenta antes del golpe de 1976. Cuando apareció, al año siguiente, no se incluyó un apéndice en el que rebatía a Julio Cortázar como escritor de izquierda, porque no lo era. Tenía miedo de que me mataran. Por lo tanto salió sin la parte más crítica, que era la de Cortázar, un hombre aceptado por la oligarquía. Durante la dictadura yo me estaba preparando para escribir Nuestra patria vasalla. Se sabía que yo ya había roto con el trotskismo, pero estaba recluido, estudiando. Quizás por eso me salvé. Pero a pesar de eso siempre esperaba un balazo. Nunca se sabía en esos tiempos. Ahora estoy en lucha con el escritor David Viñas, que me critica después de copiarme todo. Hablo de él (en otro capítulo del libro). Prácticamente estamos discutiendo mano a mano, si bien en el campo literario yo ya lo di por difunto. En realidad, no me interesa más. ¿Usted leyó mi libro Nuestra patria vasalla? Son seis volúmenes. --Sí. Usted dice que Juan Manuel de Rosas era agente inglés. --Sí, señor. Por eso se fue a vivir en Inglaterra. Bueno, a mí me falta escribir un libro, que voy a publicar el año próximo inaugurando el 2000. Se va a tratar de la revolución continental. La que yo considero que va a abarcar todo el continente de América latina. Estoy convencido de eso por mi propia experiencia: tengo un libro sobre la revolución boliviana (Bolivia, la revolución derrotada. 1967). He actuado mucho en Chile. Tengo escrito un libro (Así se murió en Chile-Reformismo y revolución en la trágica experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende, 1973) que está inédito porque todavía ronda el fantasma de Pinochet en estas cosas. Hace rato que no encaro las editoriales de acá porque viven pensando en éxitos fáciles. Ahora la editorial Juárez va a reeditar mi libro Pampas y lanzas-La gesta de las tierras y de las vacas, 1962) que en realidad es sobre la vida de los indios y lo mal que les fue. --En su bibliografía no figuran sus cuentos, que salieron de su vida en las islas del delta del Paraná, esos con los que Enrique Dawi hizo la película Río abajo (1959), en adaptación de Juan José Manauta. --Era una película mala. La novela también. Se publicó en 1956. Yo no pensaba publicarla porque después de las diez ediciones de La tierra maldita (sobre la Patagonia) no quería escribir más. Eso lo editaron una vez, entre otras ediciones, los nazis de Huemul. ¿Usted no se sintió disminuido viniendo de ser director de Index on Censorship en Londres a ser director del Buenos Aires Herald? --En realidad, no. ¿Con qué figura política se queda usted ahora? --Con Liborio Justo. No hay nadie. Ni me mencione esa gente. ¿Qué se puede decir de ellos? Ya lo dije en una entrevista y en Nuestra patria vasalla. Estamos ante una etapa nefasta del país: después de la Década Infame estamos pasando por la "era nefanda". Toda esta gente son individuos descartables, no tienen valor. Soy una persona de izquierda, y solamente por la revolución continental se resolverán los problemas. --Lo que resulta difícil entender de usted es que tiene raíces oligárquicas o patricias, mantiene posturas nacionalistas y además es trotskista. --No. Yo he escrito un libro contra Trotsky. Me declaran (trotskista), pero no lo soy. --¿Cómo definiría su posición política? --Cuando llegué al marxismo, nunca fui stalinista, me dije: "Yo, hijo de ese fulano (el ex presidente Agustín P. Justo) y gritando todo el tiempo contra ese fulano, no podía pasar por comunista". Yo era trotskista. Fui. Después me di cuenta de que Trotsky en América latina nunca había sido revolucionario. Apoyó a (Lázaro) Cárdenas (presidente de México, 1934-40), y así le hacía el juego, no intencionalmente, al imperialismo de Estados Unidos. Entonces yo lo denuncié. Por eso no soy trotskista. Yo creo que el movimiento revolucionario en América latina va a surgir de una movilización que no existe todavía. Va a surgir de un movimiento continental. Los jefes de la Revolución Rusa no pudieron provocar revoluciones en otras partes, ninguno pudo hacerlo. Trotsky quiso hacerlo mediante la Cuarta Internacional. Pero nunca fue revolucionaria. --Insisto, usted habla como un nacionalista... --Es que soy nacionalista... latinoamericano. Yo he escrito en todo el continente. Tendría que ver los dos volúmenes de Subamérica (1995-7). Los ingleses son los que hicieron la Argentina como país. Mi visión sobre la historia argentina es que Mariano Moreno inició el movimiento de independencia para construir una república liberal siguiendo los lineamientos de la Revolución Francesa. Pero entonces llegó Bernardino Rivadavia como representante de Inglaterra y desplazó a Moreno. En realidad a Moreno lo envenenaron los ingleses. Eso está bien explicado. Los ingleses no querían provocar el surgimiento de una nación independiente para acompañarla sino para usufructuarla. --Ese es el colonialismo. --Fuimos colonia todo el tiempo, incluso en la época de (Juan Manuel de) Rosas (1829-52). Antes el país estaba muy disperso. Buenos Aires era el centro inglés y el resto estaba en contra. La única forma de unificarla era una dictadura, y ésa fue la de Rosas. Y la hizo muy bien. Así se formó la República Argentina. Lástima que yo no voy a escribir más sobre este tema, pero hay que tenerlo claro. --Así que para usted Moreno es la figura más importante de la historia argentina. --En cierto modo, sí. --Y en el siglo veinte ¿quién? --No hay ninguno que sirva. Puede ser que uno rescate a los radicales del noventa, alguien como (Leandro N.) Alem. Quizás un poco Hipólito Yrigoyen, a quien también veo como rescatable. Vea, mi padre nunca se había ocupado de política. Eso hace que su situación sea importante. Yo vi cuando José Félix Uriburu lo puso a mi padre en el gobierno, fue como si lo hubiesen puesto a manejar una locomotora. No tenía ni la menor idea de qué había que hacer. Esa gente dejó su marca en el siglo veinte. Utilizaron al ejército para la política. --¿Por qué le escribió a Rosendo Fraga (La Avispa, marzo de 1996) esa carta tan dura contra su padre? --Porque Fraga escribió un libro sobre mi padre, elogiándolo. Yo lo veía a mi padre como militar y de eso puede decirse lo que quiera. Era un buen militar. Pero fuera de eso era una cosa lamentable. Se puso de amante senil a los sesenta o setenta años con la hija de Hirsch, el de Bunge & Born. El viejo Hirsch la usó y se la metió de amante a mi padre para sacarle todo lo que quería. Yo la conocí: era una mujer muy linda. Pero eso era lamentable. Mire, yo he visto el siglo. He visto el derrumbe de la Argentina que nos trajo hasta estos últimos tiempos. Estados Unidos hundió a la Argentina y levantó a Brasil. Argentina fue adversaria de los Estados Unidos y Brasil era amiga. Eso es lo que quiero decir y desarrollar en mi último libro, el que me falta escribir. --Sin embargo usted escribe que la revolución latinoamericana se va a hacer en Argentina y Brasil. --Sí. Eso pienso. Antes todos esos guerrilleros baratos alegaban que en América latina no había proletariado. Eso era cierto. El proletariado era muy pequeño y casi no existía. Entonces ellos consideraban que la revolución iba a surgir del campo. Pero cuando los yanquis crearon el complejo industrial en Brasil, como una cosa ajena a Brasil porque son todas compañías extranjeras las que están ahí, crearon el proletariado que necesita la revolución. Brasil no ha progresado para sí mismo. Los extranjeros se han instalado ahí para hacer cosas para ellos. Eso es una caricatura del progreso. --¿Así que recién ahora hay un proletariado capaz de hacer una revolución? --Sí señor. Entre el proletariado argentino y el del Brasil, va a surgir el del Mercosur. Así que el Mercosur va a servir para hacer la revolución. En el futuro, que no vamos a ver ni usted ni yo, la revolución va a estallar en Buenos Aires en combinación con la gente de Brasil. Las clases altas de Brasil y Argentina son afectas a Estados Unidos. --Frente al peronismo ¿cómo se situó? --Yo he sido contrario a Perón. A mí me vinieron a ver, en los comienzos. Vinieron escritores conocidos buscando gente para reunirlos con Perón. Para apoyarlo. Eran los fines de los cuarenta. Yo no quería. Pero, ya ve. A muchos los enrolaron. Se fue (Rodolfo) Puiggrós, que yo consideraba el sociólogo y político más cerca mío. Se hizo peronista. Todos se hicieron peronistas. Y Perón era un fascista. Cuando volvió para su tercera presidencia, ya se había olvidado de su patriotismo antiyanqui. Era completamente anticomunista. Yo fui el único que no se dejó arrastrar por el peronismo. Bueno, me alegro de que vino a conversar sobre política. Yo me temía que quería hablar solamente sobre cosas literarias. ¿Sabe cómo entré en la literatura? Se hizo un concurso de cuentos, no me acuerdo de los detalles. Escribí un cuento, y gané. Pero no quería saber nada de ser literato. Presenté el cuento con ese seudónimo. Y seguí escribiendo cuentos sobre la Patagonia, con los elementos del sur, usando el seudónimo "Lobodón Garra". Yo ahora no escribo nada. Pero el año que viene tengo que escribir mi último libro. Estoy esperando para enfocarlo con el espíritu del 2000. Veremos cómo lo hago. Cumplo 97 años. Mi hijo quiere que me vaya a Córdoba. Pero no quiero que me lleve, porque si se mezcla conmigo va a quedar marcado. Yo me quedo acá (en el barrio de Belgrano) para escribir mi último libro.
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