Liborio Justo. Fotógrafo apasionado.

por Abel Alexander
 


El historiador Miguel Ángel Cuarterolo afirmaba que solo se puede estudiar la historia de la fotografía investigando con minuciosidad las obras originales de la época. Este certero axioma se cumplió una vez más cuando nos tocó intervenir el rico legado fotográfico perteneciente al escritor, político y viajero Liborio Justo.

En el año 2004 Mónica Justo, su hija menor, nos confió la tarea de organizar el profuso fondo fotográfico de este longevo amateur, compuesto por miles de negativos y copias fotográficas.

Poco antes de su fallecimiento a los 101 años declaró: “Yo he sido una especie de individuo extraño. No creo que haya otro en el continente que haya tenido la vida que he vivido yo. Eso es lo importante. Una vida extraordinaria por una cantidad de cosas que me han ocurrido y me siguen ocurriendo. Yo he trabajado de peón en los obrajes del Chaco paraguayo. Vea, he sido estudiante de Medicina hasta tercer año y participé del movimiento de reforma universitaria del ’18. Viajé en tercera desde Europa con los inmigrantes para saber como vivían. Cacé ballenas en el Océano Antártico y le grité a Roosevelt ‘¡abajo el imperialismo!’. Sí, señor. Ese es uno de los rasgos que quiero destacar de mi vida.’

Liborio Agustín Justo nació en Buenos Aires el 6 de febrero de 1902. Hijo primogénito de Ana Bernal y Agustín Pedro Junto, ambos descendientes de familias patricias que se remontan al Virreinato del Río de la Plata.

Su padre tuvo una brillante carrera militar. Se graduó de ingeniero civil en 1904 y fue ascendido a general de división en 1927. Ministro de guerra durante la presidencia de Marcelo T. De Alvear, secundó a José Félix Uriburu en el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen y finalmente asumió la presidencia de la Nación de 1932 a 1938.

La niñez y adolescencia de Liborio se vieron influidos por los distintos destinos militares del padre. Le tomó verdadero gusto a los largos viajes de inspección por remotos lugares del país, así como las misiones al exterior, despertándole un marcado interés por las exploraciones y aventuras.

Otro personaje que forjó aquella sed de distancias fue su padrino, el coronel Enrique Rostagno, a quien recuerda como “...eterno viajero, que siempre mandaba tarjetas postales de los sitios más extraños de Europa y Oriente (Constantinopla, El Cairo, Tokio) y de la Rusia zarista, donde estuvo como agregado militar durante la guerra ruso-japonesa...”.

También las lecturas juveniles –con las que perfeccionó su inglés- se nutrieron con las obras de Jack London, Joseph Conrad, Rudyard Kipling y aún las de Horacio Quiroga, acrecentando aún más su interés por las largas travesías a tierras de asombro.  Pero cuando finalmente pudo concretar estos viajes, no lo hizo solo, la cámara fotográfica fue su fiel compañera de andanzas, reflejando todas las alternativas de los mismos.

En este punto es interesante destacar que Liborio Justo utilizó la imagen fotográfica en dos períodos bien diferenciados de estos viajes. En una primera y juvenil etapa sirvió para documentar temas de carácter geográfico, histórico, costumbrista o simplemente paisajístico, en línea ideológica con los grandes viajeros europeos y norteamericanos de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero ya en la segunda etapa, y hasta el final de su vida, las fotografías estuvieron al servicio de sus ideales políticos y sociales.

Desde la más tierna infancia, la fotografía ejerció una poderosa influencia. Con sólo dos años mira fijamente hacia la cámara del italiano Menotti Bertoldi, con estudio en Santa Fe 2478. Años después, sus padres contratan a un profesional para retratar a los niños en la quinta “La Tapera” de Bella Vista (Buenos Aires) y Liborio es la figura más destacada del conjunto familiar. Ya adolescente decide que su puesto está detrás del visor y aunque no podemos determinar quién lo inició en la práctica fotográfica, seguramente alguna influencia tuvo el padre, ingeniero, inspector de guarniciones, profesor de telemetría y levantamiento de planos, tareas que incluían los registros fotográficos.

Sus fotografías de viaje aportan novedosas imágenes de Argentina, Latinoamérica y Estados Unidos. Con buen criterio y siguiendo el ejemplo de famosos viajeros, también se ocupó de adquirir fotografías de otros autores sobre estas regiones. Hacia esos años el proceso más en boga fueron las tarjetas postales (postcards). Evitando las impresiones fotomecánicas de menor calidad, compró postales fotográficas directas de reconocidos profesionales, como diversas vistas patagónicas de J. Kohlmann o del célebre Max T. Vargas, de Perú.

Cuando Justo se inicia en esta práctica, hacia fines de la década de 1910, la fotografía había avanzado en forma significativa en distintos aspectos técnicos. Los negativos de vidrio al colodión húmedo ya eran historia y aún las placas secas debían competir con los prácticos negativos flexibles en rollo, provistos por fábricas líderes como Kodak de Estados Unidos, o Agfa de Alemania.

También las cámaras habían pegado un salto tecnológico. Los pesados y voluminosos equipos de madera habían sido reemplazados por las cámaras de mano, cuya versión más avanzada eran las folding, provistas de excelentes ópticas. Los aficionados de todo el mundo crecieron en forma vertiginosa y Liborio Justo se sumó a esta corriente utilizando ambos adelantos.

Su formación técnica y artística había alcanzado, hacia 1920, un buen nivel. En Prontuario. Una autobiografía indica: “...Obtuve también, entonces, un segundo premio en un concurso de fotografía –uno de los primeros organizados en el país- lo que ya desde entonces me atraía como una soberbia expresión de arte moderno”. En 1938 se presentó con la obra Ruinas de Cobija, en el Segundo Salón Anual del Foto Club Argentino y su nombre figuró al lado del de grandes maestros como Anatole Saderman, Frans Van Riel, Alejo Grellaud y otros.

Es interesante destacar que la fotografía fue para Liborio Justo un medio y no un fin en sí mismo, una herramienta para capturar toda la grandiosidad de su América, arma para denunciar tanta injusticia, solo fotos al servicio de sus grandes ideales. Por eso nunca contó con sofisticados equipos técnicos, solamente la sencilla cámara que sirviera a sus propósitos.

Siendo muy joven escribió: “...vivir, viajar, conocer el mundo y recoger en él toda clase de experiencias, emociones y aventuras...”. Muy pronto concretaría sus sueños. A principios de 1920 formó parte de una expedición organizada por su padre y que, partiendo de Mendoza, recorrió la cordillera de los Andes hasta la frontera de Chile, siguiendo en mula la ruta del general San Martín. Las tomas fotográficas sobre la alta montaña son excelentes.

Comenzaba así una saga de viajes y registros fotográficos, primero por Argentina, y luego por de varios países del sur de América. Finalmente llegó a los Estados Unidos, donde en 1934 captó en Nueva York asombrosas imágenes de la Gran Depresión, fotografías que consideramos como su obra cumbre.

De la familia materna heredó su amor por la Patagonia, mítica tierra de heroicas epopeyas y cuya fascinación lo acompañó toda su vida. En 1922 fotografió Carmen de Patagones, pueblo natal de su abuela Ana Harris de Bernal, de ascendencia inglesa y que fueron publicadas por la revista porteña Fray Mocho.

Entre marzo y abril de 1928 realizó uno de sus más importantes viajes fotográficos. En una caravana de autos recorrió regiones salvajes de Mendoza, Neuquén, Río Negro y Chubut por caminos casi inexistentes y bajo una prematura nevada que dificultaba la marcha. Liborio volvió de esta aventura patagónica con alrededor de 200 fotografías de alto valor documental.

Brillante alumno, concluyó el ciclo secundario con solo 16 años. Participó activamente en la Reforma Universitaria de 1918 y se inscribió en la carrera de medicina, pero la atracción magnética de horizontes lejanos imprimió un giro definitivo a esta etapa de su vida.

Enumerar sus múltiples viajes e itinerarios resulta casi imposible. Visitó las Islas Malvinas, donde realizó interesantes tomas y adquirió material fotográfico local. También se lanzó por el norte argentino, desde Santiago del Estero hasta La Rioja.

Su admiración por el sueño americanista de Simón Bolívar lo impulsó a recorrer buena parte de América del Sur. En 1924 se dirigió a Perú, donde tomó contacto con la civilización inca y de allí a la profunda realidad indígena de Bolivia. Años después estudiaría, cámara en mano, las condiciones de trabajo de los mineros chilenos en el terrible desierto de Atacama.

En 1925 se conchabó como peón de planchada en puerto Pinasco, en plena selva paraguaya y en donde casi perdió la vida por las duras condiciones de trabajo. Cuatro años después retornó a Paraguay como encargado de un establecimiento rural y realizó un excelente relevamiento fotográfico de las ruinas jesuíticas de San Cosme, trabajo que fue publicado, en una nota de su autoría, por la revista Caras y Caretas.

Dentro de su producción fotográfica destacamos el viaje que realizó, en 1932, a las Islas Orcadas del Sur. Se percibe en estas imágenes un mayor dominio técnico y artístico. Sus paisajes de glaciares y cumbres nevadas dan marco al heroico Observatorio Meteorológico atendido todo el año por un puñado de hombres. Luego se trasladó al archipiélago de las Georgias, con sus inmensas factorías balleneras atendidas por más de 3000 noruegos, y donde participó de la caza de estos inmensos cetáceos y también de los salvajes renos. Estas fotos y la que se tomó junto a la tumba del explorador Shackleton en Grytviken, son de excelente factura y fueron utilizadas en sus numerosos artículos y libros.

Una faceta fotográfica destacable fue su labor como autor de numerosos artículos periodísticos, todos los cuales fueron ilustrados con sus fotos de viajes. Fue un apreciado colaborador de los diarios La Prensa y La Nación de Buenos Aires, los cuales se engalanaron con aquellas notas gráficas en los rotograbados de los domingos.

A partir de 1920, sus notas de viajes también se publicaron en las principales revistas del país, siempre ilustradas con sus propias fotografías. Por su importancia continental, debemos mencionar, en primer lugar, sus artículos en la Revista Geográfica Americana, también las de Fray Mocho y sus numerosas colaboraciones en la popular Caras y Caretas. En la vecina orilla publicó en la revista Mundo Uruguayo.

Imágenes épicas contribuyeron a construir su propio personaje. Así lo vemos como cazador de renos en los confines del Atlántico sur, al pie de un gigantesco árbol seco –pero en pie- del lago Futalaufquen en Chubut o posando junto a un reloj del sol del siglo XVI en las ruinas jesuíticas del Paraguay. Imagen que fue reforzada junto a personajes como el escritor Horacio Quiroga, al que retrató en la selva misionera y junto al túmulo del explorador antártico Shackleton, en el cementerio ballenero de Grytviken.

En realidad, desde niño sintió fascinación por su propia iconografía, la cual se inicia en 1904 con un retrato del estudio de M. Bertoldi de Buenos Aires. En 1930 posó en la renombrada galería de Bixio y Castiglione y dos años después fue cliente de Melita Lang. En Nueva York visitó la Fotografía Sarony –fundada en 1864- y de regreso al país se retrató con artistas de la talla de Anatole Saderman y Annemarie Heinrich. Roland Paiva obtuvo una cálida imagen junto a su hija Mónica y Sergio Penchansky lo fotografió en agosto de 2002.

Toda ocasión fue propicia para retratarse, inclusive hemos hallado el trabajo de modestos fotógrafos de plaza o minuteros. También hay que tener en cuenta sus autorretratos, cuyo ejemplo más significativo es el que se tomó en 1949 en su establecimiento La Maciega, en Brazo Chico (Entre Ríos), durante un período de gran producción literaria.

Otra iniciativa fotográfica muy valiosa, fue la confección de un completo árbol genealógico con los retratos de todos sus antepasados hasta mediados del siglo XIX, entre los que se destaca el magnífico ambrotipo de sus abuelos Agustín P. Justo y Liborio Bernal.

Pero el mayor mérito de Liborio Justo fue, sin duda, su preocupación por conformar un archivo fotográfico conteniendo la totalidad de su obra. Al regreso de sus largos viajes y debido a que nunca contó con un laboratorio propio, confió sus producciones a reconocidas firmas de Buenos Aires. Citamos como ejemplo a Guillermo Maubach, Casa Thiene, Lutz, Ferrando y Cía., Rossi & Lavarello, Max Glücksmann o Griensu.

Utilizó habitualmente cámaras de mano tipo folding, con negativos flexibles de acetato de celulosa, en formato medio. Las copias por contacto fueron realizadas en papel simple peso al gelatino bromuro de plata. Ambos registros fueron acondicionados en los mismos sobres de aquellos laboratorios y todos sus viajes y eventos fueron referenciados prolijamente a mano, incluyendo el año de toma.

A pesar del cuidado y la preocupación de su dueño, este valioso archivo documental sufrió los avatares de varias mudanzas y el paso de más de medio siglo. Finalmente terminó archivado en un viejo baúl de madera ubicado en el sótano de un edificio donde estuvo expuesto a filtraciones de agua y alta concentración de humedad.

En este punto hay que rescatar la titánica tarea de Mónica Justo, quién siempre se preocupó por preservar la totalidad del legado de su padre, guardando y tratando de ordenar un archivo muy vasto y diverso. En el caso de la fotografía, su intervención fue providencial.
 

Una cámara argentina en el crack de Nueva York

Debemos señalar que la producción fotográfica más relevante de Liborio Justo abarca las décadas de 1920 a 1940 y, dentro de este panorama, su obra cumbre fue definitivamente las fotografías que realizó durante el año 1934 sobre la Gran Depresión en la ciudad de Nueva York.

A los 32 años, este joven soñador e idealista ya se encontraba enrolado en una firme postura marxista y visitaba por tercera vez los Estados Unidos para confrontar estas ideas políticas, en aquel país que era el que mejor representaba el fenómeno capitalista.

En su autobiografía publicada en 1940, nos relata la enorme impresión que le causó ver las consecuencias del desastre económico que se abatió sobre el país del norte a raíz del famoso crack de la bolsa de Nueva York el 29 de octubre de 1929:

“(...) A los pocos días después de mi arribo, fui a vivir a la calle 14, a media cuadra de Union Square, el famoso barrio revolucionario de Nueva York (...) esa situación me resultaba inaudita y me conmovía profundamente. Nueva York daba la impresión de una ciudad en ruinas. Por todas partes, negocios clausurados, casas de comercio en quiebra, locales vacíos o con los mismos letreros de alquiler que, como una obsesión, se extendían por todas las calles y en todos los barrios, al punto que la ciudad entera parecía en alquiler o en venta. (....) Por doquier la miseria más espantosa se hacía notar donde antes se veía únicamente ostentación de riqueza. Miles de desocupados circulaban por todas partes, amontonándose en las plazas, cuyas hileras de banco estaban atestadas de verdaderos enjambres humanos. En las calles de las afueras y, especialmente sobre el East River, barrios enteros habían sido abandonados. (...) Por todas partes flotaba la más dramática sensación de derrumbe y tragedia, mientras las zonas centrales se veían diariamente conmovidas por grandes manifestaciones de personas llevando letreros en los que pedían vestidos y alimentos, en tanto que huelgas continuas y violentas paralizaban gran parte de las actividades de la ciudad y por todas las esquinas solo parecían verse mendigos y hambrientos (...)”

Frente a este colosal panorama, su primera reacción fue fotográfica. De inmediato adquirió una cámara usada marca Voigtländer, equipo de mano para negativos en rollo. Probablemente ésta fue su segunda cámara durante dicha cobertura, si tenemos en cuenta que, Mónica Justo, conserva dos tamaños de negativos flexibles de la colección neoyorquina, la mayoría de 6 x 8.5 cm y los restantes de 9 x 15 cm. La compra del aparato alemán se habría resuelto por su mayor precisión técnica, en especial la calidad del objetivo.

A partir de ese momento inició una cobertura fotográfica de extraordinaria profundidad. Recorrió con frenesí calles y barrios, capturando testimonios estremecedores, día tras día. Nos imaginamos la excitación de aquel joven revolucionario testimoniando la evidencia misma del naufragio del odiado capitalismo, casi como Carlos Marx fotografiando sus vaticinios políticos.

Aquella Nueva York de 1934 lo encontró en la madurez como hombre, en su rumbo político definitivo y como espectador privilegiado de un suceso histórico mundial. Estas emociones que duraron largos meses, se trasladaron al visor de la cámara, produciendo de hecho las imágenes más bellas de su trayectoria fotográfica.

Se trata de un enorme friso sobre la desesperanza y la cámara no da abasto a registrar tan complejo fenómeno. Todo le interesa y lo quiere abarcar. Apunta hacia las minorías, siempre discriminadas, de negros, latinoamericanos o judíos, hacia los pobres y vagabundos, y por supuesto al ejército de desocupados que vagan, sin rumbo, por la ciudad más imponente del mundo.

Pero también hace foco sobre los grandes movimientos sindicales y políticos de aquella izquierda luchadora, los piquetes con sus grandes carteles, las huelgas, las concentraciones de protesta y sus ardientes oradores, inclusive el interés del pueblo norteamericano por el fenómeno de los soviet

En realidad , con la cámara de Liborio Justo se produce una curiosa inversión histórica. Ya no se trata del gringo que apunta hacia la exótica América Latina con toda su pobreza e ignorancia, sino de un sudamericano que captura con película Kodak toda la crudeza de la hecatombe económica y social de la mayor potencia mundial.

Un punto a destacar, fue el hecho de que Liborio Justo realizó una extraordinaria cobertura sobre la Gran Depresión en forma personal y sin apoyo económico alguno. En tal sentido, se adelantó un año a una iniciativa similar motorizada por el gobierno americano a través de la Farm Security Administration y que congregó a grandes fotógrafos de la Unión.

Otro aspecto importante en su obra, descansa en el mérito que, a diferencia de algunos de sus colegas de la Farm Security Administration, nunca “armo” o manipuló una toma fotográfica para acentuar aspectos de pobreza o miseria. Sus fotos en todos los casos son registros directos, limpios y sin retoque alguno. Incluso, al haber realizado todas sus copias por contacto, sabemos que el encuadre y la composición fueron bien resueltos en el momento de la toma, pues lógicamente nunca existió manipulación en el laboratorio.

Su obra se puede comparar a la de los grandes maestros contemporáneos sobre esta temática, como Walker Evans, Dorothea Lange, Arthur Rothstein o Berenice Abbott, por solo mencionar algunos. En 1934, Justo continuaba la saga social de reconocidos pioneros como Jacob A. Riis, Lewis Hine e inclusive el suizo Samuel Rimathé en la Argentina

Hay compasión hacia los desheredados, pasión política por aquellos puños crispados en inútiles reclamos de justicia, hay sed de testimonios y entonces, la pequeña cámara no descansa. Participa también de la lucha y obtiene otro de sus retratos emblemáticos, que lo muestran, con un gran delantal blanco voceando ejemplares del Daily Worker, órgano del Partido Comunista en pleno barrio negro de Harlem

Hay que resaltar unas fotografías arquitectónicas sobre Nueva York, resueltas con un audaz abordaje o el registro que realizó sobre las grandes maniobras navales y aéreas que ya presagiaban la guerra con el Imperio del Japón. También visitó Detroit y Chicago, polos industriales donde testimonió la profundidad de aquella crisis que ya duraba cinco largos años.

A medianoche del 31 de diciembre de 1934, se embarcó en el buque de carga noruego "Argentino" rumbo a Buenos Aires. No volvía solo, pues lo acompañaban más de doscientas fotografías, fruto de aquel encuentro oportuno entre el fotógrafo con su motivo. Es interesante señalar que una parte de los rollos fotográficos fueron revelados en los laboratorios de Gramercy Photo Studio de Nueva York durante 1934. Ya en Buenos Aires, confió el resto del material a la firma  Grimaldi S.A. de la calla Florida 118. Durante 1935 Liborio Justo organizó una exposición fotográfica dedicada a la Gran Depresión, para lo cual seleccionó y amplió treinta imágenes, las cuales se exhibieron en el Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires.

Los proyectos que Liborio imaginó sobre estas imágenes -que incluían la edición de un libro fotográfico- fueron relegados por otras urgencias políticas y literarias. Pasaron así mas de cuarenta años, cuando por iniciativa de Mónica Justo, la Dirección Nacional de Artes Visuales, a cargo de Teresa de Anchorena, organizó la muestra "1934- Nueva York; La Gran Crisis", exhibiendo cincuenta obras - de las cuales treinta eran copias de época - durante agosto de 1986. La cita fue en el Centro Cultural "Las Malvinas" (Florida 753), donde obtuvo buena repercusión del público y los medios locales. En aquella oportunidad se filmó una entrevista donde el autor, con sus 84 años, relató interesantes aspectos de aquella experiencia fotográfica.

La proyección internacional de esta extraordinaria colección se produjo en 1993, cuando la neoyorquina Galería Howard Greenberg organizó la exposición "New Yok en los Años Treinta", donde las obras de Liborio Justo se exhibieron junto a las de Bereice Abbott y otros relevantes autores.

Hoy, a más de setenta años de este gigantesco friso visual sobre uno de los sucesos que conmocionaron al siglo veinte, el Museo de Arte Hispanoaméricano "Isaac Fernández Blanco", con la colaboración de entidades públicas y privadas, exhibe la mayor retrospectiva de este artista de la cámara, cuyo nombre figura definitivamente entre los grandes fotógrafos argentinos.

 


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