Liborio Justo (1902-2003)

Por Rogelio García Lupo


El pensamiento y la acción dominaron la extensa vida de Liborio Justo, cuya obra como escritor y como historiador debe leerse atentamente en la actualidad para descifrar algunas de las más inquietantes contradicciones del siglo veinte argentino.

Su autobiografía, escrita a los 36 años de edad, cuando por un momento imaginó que su muerte estaba cerca, es un magnífico retrato de época que desafía el paso de los años. Esto no debería sorprender ya que también desafió personalmente al tiempo y vivió más de un siglo, ocupado en su infatigable búsqueda, a la que llamó "la verdad de mi época".

Alguna vez Justo ofreció un resumen de su posición ante la vida afirmando que "primero fue pensamiento, luego acción y más tarde volvió pensamiento", fórmula capaz de abarcar sus juveniles estudios de medicina, su voluntario reclutamiento con los trabajadores forestales del Chaco paraguayo, las inevitables correrías europeas de los jóvenes de su clase, la pesca de ballenas en los mares del sur y su intensa estadía en los Estados Unidos, arrasados entonces por la crisis económica y social, que iba a marcarlo para siempre como un revolucionario.

La escritura de ficción fue para Liborio Justo apenas una licencia en medio de su militancia por la revolución mundial, esa utopía que alentó hasta el final de sus días y que encendía su corazón de esperanzas a pesar de las derrotas.

El sometimiento del vigoroso Justo narrador al Justo político fue un compromiso de hierro que privó a la literatura argentina de su propio Conrad, como tempranamente había podido entreverse en los trágicos relatos de la Patagonia, reunidos en La tierra maldita y en el drama de las islas y los esteros del Delta, el tema de Río abajo.

Justo sintió pudor por su obra literaria, enmascaró su identidad bajo el seudónimo de "Lobodón Garra" y pensó que el tiempo que le dedicaba debía entregarlo a las urgencias de la revolución. Su tarea de creador fue sacrificada en el altar de la ideología hasta el extremo de confinar a un capítulo secundario de su obra lo mejor de su narrativa y colocar por delante alguno de sus tremendos panfletos políticos, hoy tan difíciles de comprender, con personajes olvidados por la historia, ante los cuales levantan la cabeza los toscos marineros del sur y los aventureros de la Patagonia, la creación permanente de una autor singular.

 

 


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